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Son cigarros de Vuelta Abajo, Cuba. Nada que ver con esas infectas tagarninas que se encuentran a tres cuartos en los estancos.
Paradero desconocido El de libertad. Por entregas. Usted a un lado y yo a otro, por supuesto. A mucha honra. Eso limita mucho las posibilidades. Faltaba Manuel de Soto, que veraneaba con su familia en el Norte. Por ejemplo, algunos tiradores omiten ya en los asaltos el movimien- to de descubrirse y de saludara los padrinos Precisamente por eso.
Usted acaba de poner el dedo en la llaga. Un sport, ano es cierto? Por eso nuestro arte ha de seguir siendo puro, incontaminado. Pues a nuestro asunto. Por supuesto, no olvidemos el saludo. Eso es Deben tener presente que los movimientos de saludo en cuarta y tercia son para los padrinos y los testigos. Sonaba la voz serena y paciente del maestro de esgrima: -Eso es, muy bien. No; repita, por favor. No, por favor, recuerde. Hay que cruzar en segunda, desenganchando en el acto.
Otra vez, si es tan amable. Vamos a ello de nuevo, pero tenga cuidado. Anduvo muy lento, don Fernando, por eso lo he tocado. Volvamos a empezar. Se escuchaban cascos de caballos a paso de carga sobre el empedrado. Alvarito Salanova y el menor de los Cazorla se asomaron a una de las ventanas. Por la calle brillaban charoles y sables. Sonaron dos tiros cerca del Teatro Real. En los balcones se agolpaban los vecinos; algunos jaleaban a los revoltosos, otros a los guardias. Habla bastado con cerrar la ventana para que el tiempo detuviese su curso en la casa del maestro de esgrima.
Grupos alborotados comentaban en corrillos los acontecimientos, y una veintena de curiosos observaban de lejos a un piquete que montaba guardia en la esquina de la calle Postas.
Algunos comerciantes, avivados por la experiencia de recientes algaradas, echaban el cierre de sus tiendas e iban a engrosar los grupos de curiosos. Por Carretas brillaban los tricornios de la Guardia Civil. El almirante Topete, a quien todos consideraban leal a la reina, estaba entre los sublevados. Las guarniciones del Sur y de Levante se sumaban una tras otra al alzamiento.
Si no cede, tendremos guerra civil; porque esta vez no se trata de una vulgar intentona, caballeros. Hasta se especula con ofrecerle una regencia a don Baldomero Espartero. De todas formas, es mejor que intente resistir. En la sombra. No se pase usted tampoco. En las logias Tibias, se lo digo yo. Y la guillotina. La reina ha nombrado presidente al general Concha, que es todo un hombre. Verdes las ha segado usted, don Agapito. Angustiado, tomaba conciencia de su helada soledad.
Cierto era que el fondillo de los pantalones estaba algo ajado por el uso, pero los faldones de la levita lo disimulaban de forma satisfactoria. La ausencia de la prensa diaria no le caus- aba trastorno alguno. Frente a Correos, guardias municipales obligaban a circular a los grupos de curiosos, aunque sin desplegar excesivo celo en la tarea. Los guardias civiles a caballo de la tarde anterior ya no estaban apostados en la calle Carretas.
Colgada de su brazo, la esposa lo miraba interrogante, a la espera del informe. Era un caballero, y un liberal. Jaime Astarloa. Estoy citado con don Luis de Ayala a las diez. Sus ojos, astutos y acuosos, brillaban tras los espejuelos. Jaime Astarloa, maestro de armas. Don Luis y yo solemos Ya le he dicho que don Luis y yo Se hallaba en camisa, con la corbata deshecha.
Sus ojos grises contemplaban obstinadamente el suelo, fijos e inex- presivos. La ceniza estaba a punto de caer. Su interlocutor hizo un gesto negativo mientras daba una profunda chupada al cigarro. Ya han sido interrogados los dos criados de la casa, el cochero, la cocinera y el jardinero. Celebro comprobar que conserva su sentido del humor. La gente muere asesinada y usted hace chistes.
Se miraron unos instantes en silencio. Una caja muy buena, por cierto, de Bossom e Hijo, Londres Ni siquiera ten- emos la certeza de que hallasen lo que buscaban.
La mente le trabajaba a toda prisa, para encajar en el lugar adecuado cada uno de los dispersos frag- mentos de la tragedia. Hizo el otro un gesto conciliador. Hizo don Jaime un gesto evasivo. No recuerdo bien. Hum, ya veo De eso hace tiempo, pero son cosas que suelen crear enemigos Pero no creo ser la persona indicada para ilustrarle sobre el tema. Usted me entiende. Honor mancillado y tal. Por supuesto.
Le rogaba que no malinterpretase sus palabras. Don Jaime apenas escuchaba. Cosa de mes y medio. El maestro de armas hizo un gesto afirmativo. Fiambre total. Pero, volviendo al tema que nos ocupa, reconozco que nada hay que nos permita saber si el asesino fue hombre o mujer, una o varias personas. Una mujer de bandera. Esa historia de la esgrima Se puso en pie. Como si se la hubiera tragado la tierra.
En realidad, no estaba seguro de que Adela de Otero fuese responsable de lo ocurrido Su estocada. Comenzaba a sentir una tranquila lucidez. Eso le ayudaba, generalmente, a imponer orden en sus pensamientos cuando se trataba de analizar situaciones complejas. Especialmente si andaba por medio una mujer como Adela de Otero. Don Jaime estaba impaciente por llegar a casa, rasgar el sobre y descifrar el enigma.
En su mayor parte eran, en efecto, cartas. Cl Corredera Baja, Madrid. Cazorla Longo, Bruno. Apoderado de la Banca de Italia. Plaza de Santa Ana, Ingeniero de Ferrocarriles.
Cl Leganitos; 7. Porliery Osborne, Carmelo. Cllnfantas, Para mayor seguridad, conviene que lleve usted personalmente todo lo relacionado con este asunto. Te confieso que me da cierto reparo beneficiar a ese canalla, pero el resultado merece la pena.
Debe de creer que estoy tratando de sacar tajada, pero me da igual. Ya soy demasiado viejo como para preocuparme de nuevas calumnias. Te lo dice uno de Loja, que para esas cosas me sobra olfato.
Tenme al corriente. Por supuesto, el tema ni mencionarlo en el Consejo. Porlier y Osborne, Carmelo. Mano dura. No hay otro sistema.
Hay que hacer un buen escarmiento. Ronda de Toledo, 22 duplicado. Funcionario del Estado. Cl Cervantes, Cuartel de la jarilla. Cuartel de la Colegiata. Cuartel de la Trinidad. Comandante de Ingenieros. Cl Segovia, Ministro de la Guerra. Dios guarde a Y. Sin otro particular, reciba V. Eso era razonable; hasta bastante probable, incluso. Nombres entre los que ninguno le resultaba familiar.
Pero no era tan sencillo. La pal- abra le hizo torcer los labios en una desagradable mueca. Necesito que alguien de su experiencia me esclarezca un par de dudas. Resolvieron ir caminando hasta la calle Bordadores. El maestro de esgrima vio con alivio que ya llegaban a la puerta de su casa. Claro que la tiene. Y debo decirle, en honor a la verdad, que esos papeles se encuentran en mis manos contra mi voluntad.
Pero ya no puedo escoger; ahora debo saber lo que significan. El periodista hizo un gesto de cautela. Necesito cerciorarme de que estamos en el buen camino. Jaime Astarloa no recordaba haber estado tan nervioso en su vida. Pero necesito comprobar el nombre Llamaron a la puerta.
Tome el tiempo que quiera. El periodista le hizo un gesto que acon- sejaba calma. Vaya usted -le dijo-. Vaya usted tran- quilo. Hizo don Jaime un gesto afirmativo. Todo aquello comenzaba a escapar a su control. Hablaremos a mi regreso. He de poner algo de orden en mi cabeza. Un carruaje oficial esper- aba abajo. Campillo aguardaba en un despacho del Instituto Forense. Don Jaime miraba a su alrededor con suspicacia.
Me encontraba en casa, solventando un asunto de importancia Jenaro Campillo hizo un gesto de excusa.
Las noticias que acabo de recibir tampoco son tranquilizadoras. Dura lex, sed lex. Era flaco, de edad indefinida, y su bata blanca estaba salpicada de manchas amarillas. Haznos el favor. El humo del tabaco suele ayudar a soportar este tipo de cosas. Se usa como desinfectante. Es aquel otro el que nos interesa.
Puedo asegurarle que se trata de cualquier cosa menos un sui- cidio, o accidente Como guste. Mucha sangre, a decir verdad. Un gran charco en el dormitorio, un reguero en el pasillo Parece que la mataron de esa forma tan Campillo hizo una pausa para colocarse cuidadosamente los anteojos, tras mirarlos al trasluz con aire satisfecho.
Lo ha visto alguna vez? Campillo hizo otro intento. Adela de Otero era muy hermosa. A uno lo matan con un florete Si es que realmente juega alguno. Y que le ruego, con todo respeto, que no aban- done la ciudad y se mantenga localizable. Perdone usted.
Pues no. Quiero decir que no la hemos podido localizar. Huelga decirle que estoy removiendo cielo y tierra para dar con ella. Y si saben algo, se lo callan, por prudencia o miedo.
No olvide que tenemos una cita. Buenas noches. El propio maestro de esgrima lo ignoraba. Tuvo que dar algunos rodeos. Aunque ya eran las once de la noche, las calles estaban agi- tadas. Hacia la Plaza Mayor se escuchaba un lejano rumor de tumulto, y un piquete de alabarderos de la Guardia se paseaba frente al Teatro Real con las bayonetas caladas en los fusiles. Aquello era absurdo, se dijo.
Sus ojos tropezaron con una hoja de papel colocada sobre la mesa de escritorio. El asunto va por buen camino. Me veo obligado a ausentarme para hacer unas comproba- ciones. Ni siquiera estaba firmada la esquela. Estaba claro. Iba a recobrar aquella misma noche los documentos de Luis de Ayala. Faltaban veinte minutos para la medianoche. Hubo suerte. Jaime Astarloa meditaba sobre la conducta adecuada cuando se hallase frente a su amigo.
De todas formas, pronto iba a salir de dudas. Calle de la Taberna. El caso de Jaime Astarloa era distinto. Al diablo los miramien- tos. El periodista estaba tumbado boca arri- ba, completamente desnudo, atado de pies y manos a cada una de las esquinas de la cama.
Se lo suplico Por piedad Basta ya, por piedad Es todo Lo he dicho todo Por misericordia Ellos son No permita que sigan No tengo nada que ver con eso, lo juro Desde luego, no demasiado. Es de suma urgencia avisar al jefe superior, don Jenaro Campillo.
Lo admite, vaya. Sin contar a Luis de Ayala. Y asumo las consecuencias. Transcurrieron unos instantes. Jaime Astarloa hizo un gesto afirmativo con la cabeza, sin responder.
Un hombre de su edad haciendo frente de esa forma a dos asesinos profesionales El otro se puso un cigarro en la boca. Pero, a pesar de su En serio. Con todo respeto, por supuesto. Los ojos acuosos lo miraron fijamente. De inocencia, a ver si me entiende. Un sentido que, por supuesto, nada tiene que ver con lo realmente real. Bueno, pues cuando se prueba suerte, hemos de tener en cuenta que siempre hay una bala en el tambor.
Y si seguimos apretando y apretando el gatillo, a la larga la bala termina por salir, y bang. Fin de la histo- ria. Y carezco de datos. Sus ojos gris- es, bordeados de arrugas, se clavaron en los de su interlocutor.
Se trataba de un hombre joven, modestamente vestido, con aspecto de obrero. Abandonar su domicilio, salir de Madrid. Ponerse a salvo. Huir, en una palabra. Al diablo con todos ellos. Ya era demasiado viejo para ir a esconderse como un gazapo. No estaba dispuesto a pasar lo que le quedase de vida de sobresalto en sobresalto, escurriendo el bulto ante cada rostro desconocido. No iba a huir. Se le cerraban los ojos.
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